Despertó tranquilo. Sabía lo que
le esperaba y ya no temía a la muerte. Pronto amanecería y tendría su merecido.
El castigo sería su salvación, tanta vergüenza no cabía dentro de su cuerpo. Necesitaba
aquella ejecución.
Los primeros rayos del sol se
colaron en su celda y junto a ellos el sonido de los pasos del pelotón. Sin
ninguna palabra, el capitán abrió la puerta, y un soldado le puso las cadenas en
manos y pies. El sonido al arrástralas omitía los pasos de la patrulla. Era lo único
que podía oír el prisionero. La luz del sol le cegó, le condujeron al patíbulo
sin violencia, sin tocarlo, sabía cual era su destino, lo había visto
demasiadas veces, sabia que escapar era adelantar de manera trágica su muerte.
Se puso delante de aquel muro, mirando al pelotón y a los cañones que le
apuntaban. El capitán se dirigió a el:
-¿Alguna última voluntad?- Su
mirada, conocía esa mirada, el no sería capaz, ya había visto esa mirada antes.
- Quiero dar la orden yo mismo al
pelotón de ejecución.
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