Todas las mañanas lo mismo, la
casa 526, aquella mujer lo crispaba, todas las mañanas igual. Un momento. Aquella
mañana parecía ser diferente, no le estaba esperando en el portal de su casa.
Quizá no estaba en casa, o se había quedado dormida, o ¡que demonios! se habría
muerto de una maldita vez. El sonido fue leve, pero suficiente para que aquella
mujer saliera con la misma cara de odio de todos los días hacia él, el sonido
al levantar la tapa abisagrada del buzón, fue más que suficiente para que
aquella mujer apareciese como por arte de magia.
-¿Dónde
están mis cartas?- Todas las mañanas la misma pregunta.
-Señora,
ya se lo he dicho, se las dejo aquí, en el buzón. –Aquello nunca la calmaba, le
enfurecía aún más.
-¡No!
¡Esas no son mis cartas! ¡Déme mis cartas!-Sus gestos cada vez eran más
feroces.
Sin ninguna palabra más el
cartero dejo las cartas en el buzón y marchó a la siguiente casa, si se quedaba
allí intentando hacerla entrar en razón ya sabia el resultado, no lo
conseguiría. Tras de sí la mujer le maldecía y reclamaba sus supuestas cartas.
Sabía que estaba loca, y por eso una vez le pregunto a la anciana que vivía
enfrente;
-No
la juzgue tan duramente, señor, la pobre sufre mucho por amor.
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