Todo lo hacía al revés, no me
malinterpretéis, no lo hacía mal, simplemente al revés. Cuando se enfadaba; mostraba alegría, si algo le gustaba; mostraba desprecio, para oponerse a un
argumento asentía con la cabeza mientras de su boca salía “cuanta razón tienes”,
para gritar; susurraba y para decir un secreto lo decía a pleno pulmón. La
gente le tomaba por loco, los hombres se alejaban ante lo que no entendían, las
mujeres que se le acercaban huían minutos más tarde sin mirar atrás. Nadie era
capaz de interpretarlo. Su vida no podía ser más triste, por eso, siempre
estaba riendo.
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