“Creíamos que estábamos a salvo.
En un solo segundo todo se derrumbó, ¿Cómo nos han descubierto? No los
conocemos lo suficiente. Huir fue nuestra única opción. Pero por mucha
distancia que recorramos nunca escaparemos. Todo, todo el mundo está perdido.”
El cansancio ya era habitual en
él, ya casi se había acostumbrado, pero aún así paraba, debía descansar, lo
último que quería era que le fallaran las piernas cuando más las necesitara. El
sol caía frente a él, pronto se detendría para el resto de la noche. Aún no. Continuaría
la próxima hora que le ofrecía el día y después; pararía.
Su mente le traicionaba, le
atormentaba con recuerdos grotescos. Aquella noche los pensamientos fueron a
peor, su nombre, no dejaba de flotar en su mente. Aquel horroroso momento, se repetía una y otra vez. Y sentía
la impotencia apoderarse de él. Ya no sabía cuanto tiempo había pasado desde
que ella desapareció, ¿Un mes? ¿Una semana?
¿Un solo día? El tiempo ya no era lo mismo. “El mundo se había movido”.
Lo había leído en algún lugar, ya no recordaba donde, pero aquella frase tenía
razón.
La noche llegó y con ella, el hombre paró. No parecía que hubiese vida en
unos kilómetros alrededor, el mundo parecía estar en calma, en realidad era una
falsa calma. Se paró, y miró hacia arriba. Todo vino de allí, de ese cielo
estrellado. Allí en medio de la nada, en un silencio espantoso, se quedó
contemplando aquellas estrellas que tiempo atrás cubrían sus mejores sueños,
ahora eran el motivo de sus peores pesadillas.
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