viernes, 27 de junio de 2014

Dulce sueño


Luz y oscuridad. Velocidad y asfalto. La poca luz de los faros iluminaba la estrecha carretera. ¿Dónde acababa aquella sinuosa carretera? No le importaba.
Disminuyó la velocidad. ¿La noche le jugaba malas pasadas? ¿O había rebasado una pequeña silueta?  ¡Maldición! ¡Niños! ¡Son niños! ¿Qué demonios hacen unos críos en plena noche cruzando aquella carretera? Y encima se reían, cruzan el camino a la carrera entre risitas. Detuvo el coche y bajó.  Ya no oída ninguna risa, no escuchaba pasos. Afinó el oído y lo siguiente que oyó sembró en el una parálisis de puro terror. No movió la cabeza, no podía, pero sabía que allí estaba, en la oscuridad. En cualquier momento la bestia que había proferido aquel terrible rugido emergería a por él.  Subió al coche, metió primera y pegó un acelerón, metió segunda y sin darse cuenta ya iba a cien kilómetros hora y sin meter siquiera quinta. La sentía detrás, le perseguía. Otro terrorífico rugido se lo confirmó. Y de nuevo volvieron los niños. Se cruzaban, se reían y le miraban con caras de diversión. ¿De qué se carcajeaban? ¿De él?
El miedo le impedía parar, le impedía incluso frenar. Pisaba cada vez más el acelerador y cada vez veía sus pequeños cuerpos más cerca de toparse con el coche. Miró por el retrovisor; un vuelco en su corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario