viernes, 24 de abril de 2015

Silencio



Al igual que tantas características de nosotros mismos pueden adquirir ciertos matices diferentes, también pasa con otras cosas ajenas a nosotros mismos.
El silencio por ejemplo.

No es lo mismo el silencio de los enamorados, que se expresa a través de las manos y de caricias, que el silencio de la rutina en el matrimonio que ya se descompuso, aunque lo ignora, y todavía camina. El primero calla palabras de amor, mientras que el segundo esconde amenazas e insultos.

El silencio del hablador vale el doble, por ejemplo. El silencio de los mudos es muy distinto al silencio de los tímidos: el primero es un silencio impuesto, pero en el segundo hay una flor a punto de brotar.

Se puede callar porque se desconoce la respuesta o porque se conoce muy bien. El primero de esos dos silencios de puede llenar fácilmente de palabras, el segundo lo guarda la prudencia.

Aunque distintos, comparten cierto aroma de presagio el silencio en  los hospitales, que es a menudo triste, y el silencio en las fábricas, que profetizan dolor y dificultad.

Hay silencios acusadores, silencios unánimes y silencios cómplices. Hay silencios terribles, como el que sobreviene en la noche a unos gritos de auxilio. Pero de todos, quizá mi favorito sea el silencio de los cuentos, ese que llega siempre de manera inexorable, tras su última palabra.

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